03 diciembre 2008

PINCOYA

-Quiero hacerte daño cariño, me dijo con los dientes apretados.

Los botones brotan espuma genital, que se desgarra por todo tu cuello hasta alcanzar tus labios hinchados después de tanto tragar mi corazón. De frotar tu garganta roja y caliente con mi arsenal hechizo.

-Niñita, déjame tomarte con ambas manos, tienes algo en las pestañas. Lo digo para incrustar mis dedos en tu cráneo y tomarte por los cabellos, hasta atrás, para domarte y hacerte ola violenta de mar hardcore contra el falo cuchillo que te raja el paladar.

Estoy cobrando la parte, habían pasado dos días desde que luego de ser tu perro negro miserable, de neutralizar mis instintos para ser violentado, humillado y escupido, dijiste con voz de ternura terrible – mañana podis hacer conmigo lo que querai, con una voz jadeante, de puta ninfomana.

Quedé esperando con fiera impaciencia las horas para saciar mi venganza, afilando mis navajas, matando perros para eyacular vidrios molidos por tu ano abierto de par en par.

La pieza roja estaba cargada de desastres tormentosos, de huracanes y tsunamis.
Tus muñecas amarradas con alambre contra la manilla de cobre comenzaban a sangrar, mientras de tus rodillas florecían claveles que se esparcían por el suelo.

-Quieta, esto es a mi manera.
-no quiero, déjame tranquila.

Mis pulmones se cargan de rabia al saber que todo esto es de mentira, que a pesar de mi violencia y hegemonía, te deshaces por dentro de placer, se te trizan cada una de tus estructuras humanas, te encelas como perra de campo, salvaje y elegante.

Mi leche volcánica azotó tu rostro, quemándote una a una las capas de tu piel,
-dámela toda.

Mi único tormento al verte pasar por la calle, es saber que nuestras juntas son como pelea de perros, de gallos y chivos, a muerte. Que la ternura asfixia cualquier instinto placentero, que bajo tus faldas, se hayan nalgas duras, redondas y extrujables, que en su material genético porta sirenas herejes y brujas del sur, ricas como la sal.

Te deslizaste elástica entre mi estómago para oír como digería el pisco tibio de la tarde, con una risa propia de tu hermosura me dijiste que eras la pincoya atrapada en el cuerpo de una jóven.

-necesito ser incrustada, como las olas que azotan mi cuerpo cada vez que sube la marea, me sube de caliente que soy.

-¿Te calienta saber que cuando te estoy mirando directo a los ojos, estoy imaginando la textura tibia de tus carnes genitales?

-Para nada, cuando tu me miras con cara de pervertido yo ya estoy masturbándome con tu lengua filosa.

No hay comentarios: